sábado, 26 de enero de 2013

CON LA MULETA VA HACIENDO AGUJERITOS DE PLATA.

Hola amigos queremos empezar el fin de semana compartiendo con todos vosotros este emotivo y hermoso poema de Manuel Benitez Carrasco.

VA DEDICADO A TODOS LOS PELUDITOS QUE SIGUEN VAGABUNDEANDO POR LAS CALLES, DEDICADO A TODOS LOS QUE TUVIERON LA SUERTE DE ENCONTRAR UN REFUGIO O UN HOGAR, DEDICADO A TODOS LOS QUE YA NOS DEJARON...



  1. Con una pata colgando,
    despojo de una pedrada,
    pasó el perro por mi lado,
    un perro de pobre casta.
    Uno de esos callejeros,
    pobres de sangre y estampa.
    Nacen en cualquier rincón,
    de perras tristes y flacas,
    destinados a comer
    basuras de plaza en plaza.

    Cuando pequeños, qué finos
    y ágiles son en la infancia,
    baloncitos de peluche,
    tibios borlones de lana,
    los miman, los acurrucan,
    los sacan al sol, les cantan.
    Cuando mayores, al tiempo
    que ven que se fue la gracia,
    los dejan a su ventura,
    mendigos de casa en casa,
    sus hambres por los rincones
    y su sed sobre las charcas.

    Qué tristes ojos que tienen,
    que recóndita mirada
    como si en ella pusieran
    su dolor a media asta.
    Y se mueren de tristeza
    a la sombra de una tapia,
    si es que un lazo no les da
    una muerte anticipada.

    Yo le llamo: psss, psss, psss.
    Todo orejas asustadas,
    todo hociquito curioso,
    todo sed, hambre y nostalgia,
    el perro escucha mi voz,
    olfatea mis palabras
    como esperando o temiendo
    pan, caricias... o pedradas,
    no en vano lleva marcado
    un mal recuerdo en su pata.
    Lo vuelvo a llamar: psss, psss.
    Dócil a medias avanza
    moviendo el rabo con miedo
    y las orejitas gachas.

    Chasco los dedos; le digo:
    "ven aquí, no te hago nada,
    vamos, vamos, ven aquí".
    Y adiós la desconfianza.
    Que ya se tiende a mis pies,
    a tiernos aullidos habla,
    ladra para hablar más fuerte,
    salta, gira; gira, salta;
    llora, ríe; ríe, llora;
    lengua, orejas, ojos, patas
    y el rabo es un incansable
    abanico de palabras.

    Es su alegría tan grande
    que más que hablarme, me canta.
    "¿Qué piedra te dejó cojo?
    Sí, sí, sí, malhaya".
    El perro me entiende; sabe
    que maldigo la pedrada,
    aquella pedrada dura
    que le destrozó la pata
    y él, con el rabo, me dice
    que me agradece la lástima.
    "Pero tú no te preocupes,
    ya no ha de faltarte nada.
    Yo también soy callejero,
    aunque de distintas plazas
    y a patita coja y triste
    voy de jornada en jornada.
    Las piedras que me tiraron
    me dejaron coja el alma.

    Entre basuras de tierra
    tengo mi pan y mi almohada.
    Vamos, pues, perrito mío,
    vamos, anda que te anda,
    con nuestra cojera a cuestas,
    con nuestra tristeza en andas,
    yo por mis calles oscuras,
    tú por tus calles calladas,
    tú la pedrada en el cuerpo,
    yo la pedrada en el alma
    y cuando mueras, amigo,
    yo te enterraré en mi casa
    bajo un letrero: «aquí yace
    un amigo de mi infancia».

    Y en el cielo de los perros,
    pan tierno y carne mechada,
    te regalará San Roque
    una muleta de plata.
    Compañeros, si los hay,
    amigos donde los haya,
    mi perro y yo por la vida:
    pan pobre, rica compaña.


    Era joven y era viejo;
    por más que yo lo cuidaba,
    el tiempo malo pasado
    lo dejó medio sin alma.
    Y fueron muchas las hambres,
    mucho peso en sus tres patas
    y una mañana, en el huerto,
    debajo de mi ventana,
    lo encontré tendido, frío,
    como una piedra mojada,
    un duro musgo de pelo,
    con el rocío brillaba.

    Ya estaba mi pobre perro
    muerto de las cuatro patas.
    Hacia el cielo de los perros
    se fue, anda que te anda,
    las orejas de relente
    y el hociquillo de escarcha.
    Portero y dueño del cielo
    San Roque en la puerta estaba:
    ortopédico de mimos,
    cirujano de palabras,
    bien surtido de intercambios
    con que curar viejas taras.
    "Para ti... un rabo de oro;
    para ti... un ojo de ámbar;
    tú... tus orejas de nieve;
    tú... tus colmillos de escarcha.
    Y tú, —mi perro reía—,
    tú... tu muleta de plata".

    Ahora ya sé por qué está
    la noche agujereada:
    ¿Estrellas... luceros...? No,
    es mi perro cuando anda...
    con la muleta va haciendo
    agujeritos de plata.



No hay comentarios:

Publicar un comentario